Hechizo de estar viva

Me gusta poner flores en jarrones
y cocinar en ollas familiares.
Un buen café y un cigarrillo matutinos.
La Biblia abierta en el cantar de los cantares.
Amo las cartas a punto de ser enviadas
y ansío las a punto de ser recibidas.
Suspiro olor a pasto recién cortado
en la tarde de un sábado.
Añoro los juguetes de madera,
y las muñecas de trapo de mi abuela.
Me aferro a historias
que humedecen mis ojos,
mientras sonrío.
Soy irreverente ante lo que es debido
y reverente ante el amor
(aún mal habido).
Respiro a medio día en las cocinas,
con cierto dejo de lujuria.
Camino bajo la lluvia
con nostalgia de otras lluvias.
Prefiero los planos horizontales,
que invitan a vivir,
como las mesas, las camas
o el suelo en que caminas,
por sobre los planos verticales
como las murallas, rejas o portones,
que encierran, detienen, determinan;
(debo reconocer también
un cierto agrado,
por algunos planos inclinados
que se yerguen con afán de proteger
como las cordilleras y tejados).
De todas las texturas, privilegio la piel;
de las temperaturas, la tibieza;
de las consistencias, la firmeza
(reconozco cierto desliz por la blandura,
especialmente en las caricias).
Adoro las sonrisas
los abrazos apretados,
las miradas fijas.
Extrañaré por siempre
los niños en mi cama
en las mañanas de domingo.
Y pese a mi adicción
por la melancolía,
soy una enamorada empedernida,
subyugada ante el hechizo de estar viva.

miércoles, junio 18, 2008

Añoranza desde Santiago


Cuelgan las esperanzas de los cerros
como ropa recién lavada.

Camino de tu mano
entre el cemento,
en medio de un otoño citadino
que busca un espacio
en que dejar caer sus hojas.

Alzo la mirada a las montañas
y allí estás tú,
mirándome de frente.

Los edificios se alzan insolentes,
henchidos de concreto

Cada calle se dirige
hacia tu ausencia
y tu presencia.

Las grandes avenidas
se tiñen de amarillo
entre el otoño
y mis nostalgias.

Estás allí,
detrás de aquella tienda,
delante de esa casa roja,
de pie en el paradero de la micro,
caminando a mi lado
en la vereda.

Desde mi ventana veo una grúa
que alza mi pensamiento
y lo desplaza
a un horizonte
sucio de neblina residual.

Los pájaros se esconden en tejados grises
y alzan vuelo
cuando tu imagen
atraviesa la plaza.

Los niños no están por las mañanas.
Están encarcelados.
Las iglesias se cierran por el día.
Dios se ha dormido.
Pero tú estás despierto
en mi recuerdo.

Los vehículos pasan
contigo en el volante
desafiando a la lluvia.
y sonriéndome
desde la ventanilla.

Allí estás,
subiendo la escalera,
sentado en los pequeños restaurantes,
caminando resuelto entre la gente.

Vienes hacia mi
por la Alameda
para abrazar mi soledad tardía.

Caminas de mi mano
hacia estaciones
en que trenes de carga
se llevarán las penas
para siempre.