Hechizo de estar viva

Me gusta poner flores en jarrones
y cocinar en ollas familiares.
Un buen café y un cigarrillo matutinos.
La Biblia abierta en el cantar de los cantares.
Amo las cartas a punto de ser enviadas
y ansío las a punto de ser recibidas.
Suspiro olor a pasto recién cortado
en la tarde de un sábado.
Añoro los juguetes de madera,
y las muñecas de trapo de mi abuela.
Me aferro a historias
que humedecen mis ojos,
mientras sonrío.
Soy irreverente ante lo que es debido
y reverente ante el amor
(aún mal habido).
Respiro a medio día en las cocinas,
con cierto dejo de lujuria.
Camino bajo la lluvia
con nostalgia de otras lluvias.
Prefiero los planos horizontales,
que invitan a vivir,
como las mesas, las camas
o el suelo en que caminas,
por sobre los planos verticales
como las murallas, rejas o portones,
que encierran, detienen, determinan;
(debo reconocer también
un cierto agrado,
por algunos planos inclinados
que se yerguen con afán de proteger
como las cordilleras y tejados).
De todas las texturas, privilegio la piel;
de las temperaturas, la tibieza;
de las consistencias, la firmeza
(reconozco cierto desliz por la blandura,
especialmente en las caricias).
Adoro las sonrisas
los abrazos apretados,
las miradas fijas.
Extrañaré por siempre
los niños en mi cama
en las mañanas de domingo.
Y pese a mi adicción
por la melancolía,
soy una enamorada empedernida,
subyugada ante el hechizo de estar viva.

sábado, septiembre 17, 2011

Las líneas de la mano (Julio Cortázar)


De una carta tirada sobre la mesa una línea viene por el tablón de pino y baja por una de las piernas. Sólo observe, verá que la línea continúa por el suelo de parquet, sube por la pared y entra en una reproducción de una pintura de Boucher, dibuja la espalda de una mujer reclinada en un diván, y, finalmente, sale de la habitación por el techo y desciende la cadena de pararrayos a la calle. Aquí es difícil seguirla a causa del sistema de tránsito, pero poniendo atención usted de dará cuenta de que sube a la rueda de un autobús estacionado en la esquina, que la lleva hasta los muelles. Allí se baja por la costura de la media de nylon brillante de la más rubia de las pasajeras, entra en el territorio hostil de los galpones de aduanas, salta, se retuerce y serpentea su camino hasta el muelle más grande, y allí (pero es difícil de ver, sólo las ratas la siguen para trepar a bordo) sube al barco con los motores sonando, cruza las planchas de la cubierta de primera clase, elimina la escotilla principal con dificultad, y en una cabina donde un hombre triste bebe coñac y escucha el silbato de partida y asciende por la costura del pantalón, a través del chaleco de punto, se interna hasta el codo, y con un empuje final encuentra refugio en la palma de la mano derecha, que está empezando a cerrarse sobre la culata de un revólver.


Julio Cortázar

Aquí podrás ver un tratamiento cinematográfico
por Anya Medevedeva y Chevrel Sebastien

(un regalo de nuestro querido amigo, Cronopio)