Hechizo de estar viva

Me gusta poner flores en jarrones
y cocinar en ollas familiares.
Un buen café y un cigarrillo matutinos.
La Biblia abierta en el cantar de los cantares.
Amo las cartas a punto de ser enviadas
y ansío las a punto de ser recibidas.
Suspiro olor a pasto recién cortado
en la tarde de un sábado.
Añoro los juguetes de madera,
y las muñecas de trapo de mi abuela.
Me aferro a historias
que humedecen mis ojos,
mientras sonrío.
Soy irreverente ante lo que es debido
y reverente ante el amor
(aún mal habido).
Respiro a medio día en las cocinas,
con cierto dejo de lujuria.
Camino bajo la lluvia
con nostalgia de otras lluvias.
Prefiero los planos horizontales,
que invitan a vivir,
como las mesas, las camas
o el suelo en que caminas,
por sobre los planos verticales
como las murallas, rejas o portones,
que encierran, detienen, determinan;
(debo reconocer también
un cierto agrado,
por algunos planos inclinados
que se yerguen con afán de proteger
como las cordilleras y tejados).
De todas las texturas, privilegio la piel;
de las temperaturas, la tibieza;
de las consistencias, la firmeza
(reconozco cierto desliz por la blandura,
especialmente en las caricias).
Adoro las sonrisas
los abrazos apretados,
las miradas fijas.
Extrañaré por siempre
los niños en mi cama
en las mañanas de domingo.
Y pese a mi adicción
por la melancolía,
soy una enamorada empedernida,
subyugada ante el hechizo de estar viva.

domingo, julio 15, 2007

En homenaje a los viejos amores...


Nada es más hermoso que cerrar los ojos y recordar los buenos momentos de un amor de antaño. Permitir que fluyan, que nos invadan y que en forma irreverente nos arranquen, sin permiso, una sonrisa.

En homenaje a los viejos amores...

Amor de antaño

Hace ya más de mil años que temblé,
cuando acercaste tus manos a mis pechos.
Hace mil, tal vez dos mil o cinco mil
Y aún tiemblo si lo pienso.

Hace ya una eternidad que tu recuerdo
se pasea irreverente por mi lecho,
y me mira, me toma de los hombros.
Y aún lato si te tengo.

Hace ya una historia entera que me invades
confundiéndome en nostalgias y en deseos.
Aún distingo claramente dos olores:
la humedad de la tierra y nuestros cuerpos.

Hace ya cinco mil años que yo sé
que jamás volveré a sentir tu abrazo.
No me importa, te tengo cada vez
que sueño con tus ojos y tus manos.

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