Hechizo de estar viva

Me gusta poner flores en jarrones
y cocinar en ollas familiares.
Un buen café y un cigarrillo matutinos.
La Biblia abierta en el cantar de los cantares.
Amo las cartas a punto de ser enviadas
y ansío las a punto de ser recibidas.
Suspiro olor a pasto recién cortado
en la tarde de un sábado.
Añoro los juguetes de madera,
y las muñecas de trapo de mi abuela.
Me aferro a historias
que humedecen mis ojos,
mientras sonrío.
Soy irreverente ante lo que es debido
y reverente ante el amor
(aún mal habido).
Respiro a medio día en las cocinas,
con cierto dejo de lujuria.
Camino bajo la lluvia
con nostalgia de otras lluvias.
Prefiero los planos horizontales,
que invitan a vivir,
como las mesas, las camas
o el suelo en que caminas,
por sobre los planos verticales
como las murallas, rejas o portones,
que encierran, detienen, determinan;
(debo reconocer también
un cierto agrado,
por algunos planos inclinados
que se yerguen con afán de proteger
como las cordilleras y tejados).
De todas las texturas, privilegio la piel;
de las temperaturas, la tibieza;
de las consistencias, la firmeza
(reconozco cierto desliz por la blandura,
especialmente en las caricias).
Adoro las sonrisas
los abrazos apretados,
las miradas fijas.
Extrañaré por siempre
los niños en mi cama
en las mañanas de domingo.
Y pese a mi adicción
por la melancolía,
soy una enamorada empedernida,
subyugada ante el hechizo de estar viva.

jueves, julio 05, 2007

Asoma un duende...


He vuelto a escribir... tan sólo algunas líneas... ancladas, tal vez en el pasado. Pero ya es un avance. ¡He vuelto a tomar la pluma y eso es maravilloso! Amigos, un duende ha asomado: le regalo un poema.





Hubo un tiempo en que los duendes me habitaban

Hubo un tiempo en que los duendes me habitaban.
Entonces, al menor descuido,
yo paría poemas que fluían
del fondo de mi entraña.
Hubo un tiempo en que en cada movimiento
caían semillas de mi cuerpo
y brotaban a mi paso
los bosques, los viñedos, los trigales.
Hubo un tiempo en que mis ojos alumbraban
los rincones oscuros de sótanos helados,
de celdas aterradas, o de largos caminos
en noches inlunadas.
Hubo un tiempo en que desde mis cabellos
refulgentes colores escapaban,
llenando de verdor las pesadillas,
y trazando utopías azuladas
Hubo un tiempo en que al abrir mis manos,
un mundo de texturas lujuriaba
y una alquimia de aromas y sabores
transmutaba cacerolas enlozadas.
Hubo un tiempo en que cada pensamiento
se hacía melodía en mi mirada
y una ronda de niños sorprendidos
tomándolos de a uno, los cantaba.

Hubo un tiempo en que los duendes me habitaban.

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